Juan Pablo II y la teoría de la Evolución

Introducción
El hombre no ha existido desde siempre. Su presencia en el mundo tanto la ciencia como la fe la ubican en un periodo posterior a la existencia del cosmos. Pero, ¿Cuál es su origen? ¿Cómo ha aparecido en la tierra? ¿Cuándo se hizo hombre? Son preguntas a las cuales nos es imposible sustraernos. Y porque no es posible, al menos hasta ahora, determinar la edad del hombre sobre la tierra, las preguntas que tocan su naturaleza continúan siendo un misterio.
Las respuestas a lo largo de la historia han sido diversas y muy ricas, sin embargo, no logran en muchas maneras satisfacer en su total amplitud la necesidad de responder a estas cuestiones. Sabemos bien que el problema del origen del hombre es de una importancia extraordinaria, pues de su respuesta depende toda la concepción que se tenga sobre la vida, la sociedad, la cultura, la moral y cualquier orientación ética, tocando hasta el mismo sentido profundo de la existencia de cada hombre.
En esta perspectiva la teoría de la evolución, se ha presentado como una respuesta en nuestro tiempo. Su presupuesto fundamental es la condición dinámica y ascendente de la naturaleza. Sin embargo, sus leyes y principios, como la selección natural, la lucha por la supervivencia, el azar y el caso, etc. hacen de ella una presa fácil para uso arbitrario y reduccionista por parte de ideologías opuestas a la religión o simplemente empeñadas en la destrucción de un orden metafísico de la naturaleza humana.
Juan Pablo II, con la valentía y sagacidad que lo caracterizaron, supo valorar objetivamente el grado de verdad y seriedad científica contenida en una evolución bien considerada, pero también denunció de frente el velado y aun frontal ataque a la fe religiosa, especialmente católica, que en la ideologización de la teoría de la evolución o evolucionismo se desarrollaba.
Con este trabajo, pretendemos presentar una clara y valida interpretación del discurso que el Papa dirigió a la Pontificia Academia para las ciencias en octubre de 1996, y que fue interpretado equivocadamente por muchos como el triunfo de un panevolucionismo materialista.
Por: Belisario Ciro Montoya

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